Después de 11 años, volvía a correr un triatlón de media distancia (1.9km de natación, 90km de ciclismo y 21km de running) una mezcla indescriptible de sensaciones recorrió mi cabeza y mi cuerpo durante las últimas semanas. Fue el miércoles previo al fin de semana de la competencia que, en la mañana al salir de la cama, mi nervio ciático me dijo: “hasta acá llegaste”, un fuerte pinchado que nacía en la nalga izquierda y bajaba raspando como un fuego hasta la planta del pie durmiéndome los dedos.
Como soy porfiado, pensé que todo era mental e igualmente salí a correr suave los ocho kilómetros planificados por mi entrenador (Santiago De Guio) todo fue mas o menos bien hasta el km 5 cuando comencé a disminuir el ritmo hasta terminar casi caminando lo últimos metros. Llegué a casa y supe que no era lo de siempre, el dolor se volvía tan agudo que apenas podía caminar. Fui al trabajo siempre pensando en que mejoraría poco a poco, pero no, empeoró cada vez más, hasta terminar en una guardia con las nalgas al viento recibiendo una inyección de diclofenaco y varias píldoras para tomar. OBVIAMENTE, el doctor me dijo, “tómese unos 4 a 5 día de reposo”. Bueno solo es un Half-Ironman dentro de tres días, no es reposo, pero tampoco es tanto.
El jueves no amanecí mucho mejor, suspendí los entrenamientos, fui a trabajar y el dolor seguía ahí, sin enterarse de medicaciones ni inyecciones, poco a poco fui descubriendo que, si no lograba sobreponerme mentalmente, el cuerpo estaba más al borde del abismo que otra cosa. Cumplí con el turno en mi trabajo, llegué a casa y sin las herramientas adecuadas, pero a mi modo intenté meditar, pensando en todo lo que había hecho para llegar hasta acá y que absolutamente nada podría frenarme. Ni siquiera yo mismo, casi siempre, mi peor enemigo.
El viernes amaneció con mal tiempo, decidimos no abrir el bar y al mediodía mientras levantábamos la ropa con Vero me daba cuenta que se me hacía imposible permanecer de pie inmóvil sin sentir dolor. Viajamos hasta Palma, tratando de distraerme, escuchando música que me transporta y charlando como quien dice de bueyes perdidos sin siquiera mencionar el escenario próximo.
Fui entrando en modo “esto se hace o se hace”, llegamos a Peguera y obviamente comencé con toda la burocracia necesaria para la competencia, retirar kit, dejar bici, armar las diferentes bolsas, no olvidar nada, geles, barras, etc etc etc todo como si nada estuviera pasando, todo listo para amanecer el sábado e ir por el objetivo. ¿Cuál objetivo? El que mi mente y cuerpo permitieran, dentro de mis obsesiones siempre está el cronometro, esta vez no, esta vez si que de verdad el objetivo es llegar, ni más ni menos.
El sábado desperté con ánimos renovados, bajé a desayunar y mientras caminaba sentía que el dolor había desaparecido o al menos me espiaba desde algún escondite sin que yo pudiera verlo. ¿Y si huyo del dolor? ¿O si lo enfrento? Entonces mientras disfrutaba de cosas ricas me reía de mi propia desgracia y mis pensamientos evasivos, de pronto me paré y salí por el pasillo que me llevaba a la habitación y pensé “ok, si vas a doler, dolé ahora” y subí las escaleras esprintando como si eso fuera un test de cara a lo que venía. Supongo que no sirvió de nada, pero me dibujó una sonrisa hacerlo sin dolor y eso ya era mucho.
Llegué al punto de partida, la enorme y bella playa de Torá, sentía frío, nervios, muchos nervios, la etapa de natación es la que menos me gusta, la paso mal en serio. Como pude me fui embutiendo dentro del traje de neoprene, nunca logro abrochar el cierre trasero y Vero que no llegaba para ayudarme, pobre Vero, ¿que habrá hecho para merecer esto? Pido ayuda a unos alemanes que están por ahí esperando la largada de nuestro grupo de edad, hacemos chistes para apaciguar la ansiedad y en eso aparece Vero, nos abrazamos, y escucho que nos llaman al punto de partida, dentro de un corralito pegado al agua, por los altavoces avisan que el agua está a 20 grados, para muchos está bien, para mi está helada.
Cuando largamos los +45 la elite creo que ya se está subiendo a la bicicleta, pero ese es un dato que no me interesa en nada. Lo realmente preocupante es comenzar a sentir como pequeños hilos de agua se van filtrando entre el apretado traje de neopreno y mi piel, el agua se mueve bastante, miro el fondo que poco a poco se va alejando más y más según avanzamos hacia la primera boya.
Son tan malas las sensaciones dentro del agua que el dolor ha pasado a ser un mal recuerdo y ahora solo me ocupa la tarea de perderme lo menos posible para salir pronto de aquel suplicio, en eso que voy inmiscuido en mis pensamientos evasivos, un chico desde un paddle surf me avisa que voy nadando hacia ningún lugar. Retomo el rumbo y luego de 42 minutos de pegarle cachetadas al agua logro salir. Congelado, mareado y con cara de culo.
Entro a la carpa donde hay cientos de atletas peleándose contra el traje de neoprene, intentando sacarse esa lona negra que cuesta poner y por ende cuesta sacar, busco mis bolsas, número 541, allí dentro está todo tal como lo dejé, me pongo medias (nunca más sin medias) sobre los pies mojados, abrocho el número, me pongo las zapatillas de ciclismo, respiro profundo y salgo a buscar la bici. Se inicia la etapa que más me gusta, la de pedalear.
Santi (mi entrenador) la noche anterior me dijo, andá tranquilo y hace un ciclismo conservador, obedezco, estoy entumecido, los primeros kilómetros son horribles, todo cuesta arriba, son dos vueltas de 45km con unos 500m de desnivel por vuelta. En el arranque se sube a Es Capdellá, casi 7km con los primeros 200m de subida, voy con la cabeza un poco en otro lugar, pasan los kilómetros y de pronto ya estamos arriba y se inicia la primera bajada, todo normal, sin dolor, voy calentando, voy tranquilo. Poco a poco el cuerpo se va templando, llegando al km 30 me siento con confianza, voy un poco más rápido y me animo a apretar más fuerte sobre los pedales, no hay dolor y vuelvo a ajustar las clavijas.
Arranca la locomotora y veo como empiezo a pasar uno, dos, tres y van quedando atrás algunos corredores, hasta que de pronto siento una descarga eléctrica que nace en la cintura y baja como un rayo dejándome el pie izquierdo prácticamente dormido. Estoy terminando la primera vuelta y el cuerpo avisa, que es solo una licencia, pero que no abuse. Paso por el control de giro, allí está Vero, sonriendo, feliz de verme feliz, me anima con un optimismo que ni siquiera yo logro tener a veces.
El dolor en la cintura se agudiza, de molestia pasa a nivel de puñal clavado, arranca el subidón y a mitad de camino la pierna izquierda casi completa está hormigueando y semi dormida, freno y me bajo, respiro, respiro, tengo ganas de llorar, hago del uno mientras tanto. Vuelvo a respirar, varios de los que había pasado me pasan y me preguntan si estoy bien, les miento que sí, me pongo a comer un par de barras. La situación es casi graciosa, un tipo en medio de una competencia merendando, me río solo, de las lágrimas a la risa, me subo a la bici y pienso: ahora los alcanzo y los vuelvo a pasar.
Con una semisonrisa en el rostro vuelvo a pedalear los dolores se han acallado, voy pensando en otra cosa, viajo mentalmente a distintos lugares y voy charlando con varias personas, trato de no pensar en lo que estoy haciendo a pesar de… veo el control del kilómetro 80 y una ráfaga de optimismo me invade, se termina el ciclismo y solo queda el postre. Llego al parque cerrado, me pongo las zapatillas de correr y no pienso en que faltan 21km sino que son pequeños tramos de 5, son cuatro vueltas y esto será solo una buena historia para contar.
Comienzo a correr, hay mucha gente, muchísima, todos dan ánimo, te extienden la mano para chocar los cinco, suenan trompetas, cencerros, en la línea de llegada hay una batucada y en cada vuelta que completo está Vero esperándome, siempre Vero con las palabras justas, en eso me grita: “Disfrútalo que esto es una fiesta!!!” y claro como que no lo voy a disfrutar.
Sigo corriendo, veo niños, ancianos, mujeres, todo un pueblo alentando, toda una comunidad siendo parte de esta verdadera fiesta del deporte. En los puestos de avituallamiento hay niños de escuela primaria repartiendo agua, comida y toda la energía necesaria para seguir adelante, los veo y pienso que un futuro mejor es posible.
Van pasando las vueltas y el ritmo va decayendo, pero no frenando, inicio la última con la seguridad que del otro lado del dolor está la gloria, pero pocos se animan, me siento un privilegiado y siento orgullo de mi mismo. Llega el último kilometro y una sensación de “huy que pena, esto tan lindo se termina” no les voy a mentir que atravesó mis pensamientos.
Doy el último giro sobre la alfombra roja y unos metros antes de la meta, me detengo para abrazar a Vero que del otro lado del vallado está tan emocionada como yo, nos fundimos en risas y llantos. GRACIAS VERO!!!
Vuelvo a caminar, levanto los brazos y me siento por un instante: INVENSIBLE.
Y recuerden: No son héroes los que siempre ganan, héroes son aquellos que nunca se rinden.
GRACIAS